¿Te cuesta estar satisfecho con las cosas tal y como son? ¿A menudo piensas que podrías haberlo hecho mejor? ¿Eres de los que relee mil veces un mensaje o un trabajo antes de enviarlo? ¿Te han dicho más de una vez que eres demasiado exigente contigo mismo o con los demás?
Tengo una mala noticia: si estás leyendo este artículo y has respondido que sí a estas preguntas, es posible que, efectivamente, seas perfeccionista. Pero tranquilo, aún puedes hacer algo para remediarlo.
La persona perfeccionista es aquella que se exige mucho a sí misma para llegar a unas metas muy altas y difíciles de alcanzar. Estas metas pueden estar relacionadas con diferentes ámbitos: ser la mejor en el trabajo, ser el padre o la madre ideal, sacar un 10 en un examen, convertirse en un pianista excelente, tener una relación de pareja ideal… y, a pesar de que si tienes una tendencia al perfeccionismo seguramente éste se haga presente en varios ámbitos de tu vida, cabe la posibilidad de que sólo te suponga un problema en uno o algunos de ellos.
Te habrás dado cuenta de que en estas metas están las palabras “mejor”, “ideal”, “excelente”… si eres muy perfeccionista, es posible que no te conformes con ser “bueno”, sino que busques ser “perfecto”, de ahí que la RAE defina el perfeccionismo como la “tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”. Ahora bien, ¿puede alcanzarse la perfección? y, ¿perfecto para quién?
¿Por qué soy perfeccionista?
Son muchas las variables que pueden influir en que una persona sea perfeccionista, especialmente las variables psicológicas y las sociales, aunque posiblemente también las biológicas jueguen algún papel aquí.
Podemos decir que el contexto sociocultural en el que vivimos promueve el consumismo, la competitividad, el alto rendimiento y los resultados inmediatos, lo que fácilmente podría traducirse en “lo quiero y lo quiero ahora”, “tengo que ser el mejor para que me contraten o para mantener mi trabajo” (a lo que no ayuda demasiado la crisis económica), o “tengo que rendir al máximo de manera inmediata”.
Otro contexto especialmente influyente es la familia. Tener unos padres o cuidadores muy exigentes, hipercríticos o perfeccionistas también, puede propiciar que los hijos se pongan un listón muy alto para intentar alcanzar sus expectativas (y, así, recibir su afecto, aceptación y reconocimiento).
Esto puede ponerse aún más de relieve cuando algún miembro de la familia tiene una vida muy exitosa. También puede influir el hecho de que los hijos tengan la sensación de ser más valorados por lo que hacen que por lo que son, algo muy habitual dado que los padres quieren educar a sus hijos para que hagan las cosas bien hechas y se adapten adecuadamente a su entorno.
Estas normas parentales sobre como “tienen que ser las cosas” y que es lo que se “tiene que hacer”, acaban siendo interiorizadas por los hijos, que las hacen suyas y se las repiten, muchas veces sin ni siquiera darse cuenta. Justamente esto es lo que son los introyectos, definidos por Fritz Perls como patrones, actitudes y modos de actuar y pensar que incorporamos sin que sean verdaderamente nuestros.
¡Cuidado! Esto no quiere decir que no podamos sacar provecho de aquello que nos ha sido transmitido, porque precisamente estas creencias interiorizadas nos sirven de modelos guía para movernos por el mundo, sino que necesitamos hacer un filtro, y desechar aquello que no nos resulte útil ni beneficioso.
Cuando esta exigencia es interiorizada, el conflicto pasamos a tenerlo con nosotros mismos, que somos a la vez exigentes y exigidos. En terapia gestalt, utilizamos a menudo los términos “perro de arriba” y “perro de abajo” para simbolizar estas dos polaridades de uno mismo que con frecuencia entran en conflicto.
Así, una parte de nosotros mismos nos exige dar más de nosotros y nos dice que lo que hacemos no es suficiente (“perro de arriba”), mientras que otra se repite una y otra vez que es incapaz de hacerlo (“perro de abajo”). La persona perfeccionista no solo se exige la perfección, sino que se autoevalúa negativamente cuando no alcanza unos criterios que suelen ser inalcanzables. Esto suena a un juego en el que solo se puede perder, ¿verdad? Podréis imaginar las consecuencias… Ahora veremos algunas de ellas.
¿Y para qué tanta perfección?
A menudo, detrás de esta fachada perfecta se esconde el miedo a no ser suficiente y una gran necesidad de reconocimiento y aceptación, tanto por parte de uno mismo como de familiares, parejas u otras personas significativas.
Hándicaps del perfeccionista
- Sensación de insatisfacción constante. Ir siempre detrás de un ideal inalcanzable es, como mínimo, agotador. Si sientes que nunca llegas a la meta y que nada de lo que haces te sacia lo suficiente, quizás es que tus esfuerzos y tus logros están cayendo en saco roto. Y esto no es todo, es posible que, además, estés intentando llenar el saco con más y más exigencia. Si está siendo tu estrategia, te diré un secreto: hasta que no tapes el agujero, el saco no empezará a llenarse.
- Baja autoestima. No hace falta decir que ser perfeccionista tiene grandes repercusiones en la autoestima. De hecho, el perfeccionismo se relaciona con la autoestima en ambas direcciones: por un lado, la persona con autoestima baja puede intentar compensarla con actitudes perfeccionistas y, por el otro, estas actitudes perfeccionistas pueden hacer menguar la autoestima de uno… Si quieres hacer las cosas a la perfección y ser una persona perfecta, es fácil caer en la propia desvalorización, porque de hecho te estás condenando a ti mismo a una tarea imposible. Y aquí es cuando pueden aparecer los autoreproches y las autofustigaciones, que tampoco te harán ningún favor.
- Desmotivación para hacer las cosas. Si nos exigimos demasiado podemos llegar al “Soy incapaz de hacerlo perfecto, no vale la pena ni intentarlo”. Y es que no llegar nunca al ideal utópico puede ser tan frustrante que uno mismo puede acabar decidiendo dejar de hacer esfuerzos en vano.
- Querer unos resultados perfectos deja muy poco margen de error. Esto explica que la persona perfeccionista se preocupe excesivamente por los errores y el fracaso, y que dude constantemente sobre si habrá hecho las cosas bien; con la ansiedad que esto conlleva. Ah! Porque ésta es otra cosa: el perfeccionista confunde a menudo el “bien” con el “perfecto”, de manera que solo las cosas “perfectas” serán las que estén “hechas bien”, y el resto quedará descartado al apartado de “cosas mal hechas”. Frustrante, ¿verdad?
- Predisposición a algunos trastornos.Una persona que sea demasiado perfeccionista puede ser más propensa a tener algunos trastornos psicológicos como son la depresión, los trastornos de la conducta alimentaria, el trastorno obsesivo-compulsivo, la fobia social y los síntomas psicosomáticos. Los puntos comentados hasta ahora nos pueden dar algunas pistas sobre de qué manera puede afectar a la vida de uno. De todos modos, cada caso es único, y cada persona puede vivir el perfeccionismo y la autoexigencia a su manera.
- Exigencia hacia los demás.A pesar de que la persona perfeccionista suele tener un baremo más elevado para medirse a sí mismo que para medir al resto de personas del mundo mundial, en algunos casos el listón está también alto para los demás. Esto puede repercutir en sus relaciones, por ejemplo si encuentra siempre pegas a lo que los otros hacen. Algunas veces, es posible también que el perfeccionista descalifique a los demás para sentirse de alguna manera mejor consigo mismo (“Yo no lo hago todo perfecto, no, pero ellos tampoco”). En el caso de ser padres, puede ser también duro para los hijos, que tal vez se sientan muy exigidos y continúen con esta cadena transgeneracional.
¿Puedo rescatar algo bueno de ser exigente conmigo mismo?
Hasta ahora hemos estado viendo algunos factores implicados en el perfeccionismo y las principales repercusiones negativas que ser perfeccionista puede tener en uno. La autoexigencia es un factor claramente implicado en ello. Ahora bien, ¿podemos rescatar algo bueno de ser exigente con uno mismo?
Por supuesto que sí. Cierto grado de exigencia puede aportar también cosas buenas, como el entrenamiento en habilidades de organización y planificación, motivación por querer hacer las cosas bien hechas, esmero en conseguir buenos resultados, voluntad de autosuperación, dedicación en construirse a uno mismo y pulirse en diferentes áreas…
Si no nos exigimos nada de nada probablemente no nos demos la oportunidad de descubrir qué encontramos al sacar lo mejor de nosotros mismos. ¡Pero tampoco hay que pasarse! Está en manos de cada uno conocerse lo suficiente como para saber cuándo puede ser necesario suavizar su tendencia al perfeccionismo y cuando no.
Un buen indicador suele ser el grado de malestar con el que se vive. Si crees que eres demasiado perfeccionista y te gustaría saber cómo moderarlo, te recomiendo los consejos que encontrarás a continuación.
Cinco claves para moderar tu perfeccionismo
1) Valora también los pasos, y no sólo el llegar a la meta.
¿Has visto alguna vez cómo el público aplaude a los corredores de una maratón? Te invito a que lo hagas también contigo mismo. Seguro que para alcanzar una meta que te hayas propuesto será necesario cumplir varios objetivos.
Estos objetivos son tan importantes como el resultado final, porque son el cimiento y los ladrillos con los que se construye. Así que no tiene sentido no otorgarles el valor que tienen. ¡Celebra tus logros! ¡Apláudelos! Eres el primero que puedes darte el reconocimiento que necesitas, ¡no te prives de ello! Darte una palmadita en la espalda de vez en cuando puede facilitarte la energía necesaria para continuar hacia adelante.
2) Rebaja tus expectativas.
¿Recuerdas lo que hemos comentado sobre confundir el “bien” con el “perfecto”? Sería una lástima que siguieras desechando a la pila de fracasos aquellas tareas en las que, sin haber alcanzado la perfección, hayas obtenido igualmente un buenos resultados.
Para dejar de hacerlo puedes establecer a partir de qué punto podrás considerarlo un éxito. Esto puede ilustrase fácilmente con hacer un examen: Si bien está claro que sacar un 10 te dejaría muy contento, ¿a partir de qué nota podrías sentirte satisfecho?
3) Negocia contigo mismo.
Antes hemos hablado sobre las dos polaridades exigente/exigido. Si te exiges demasiado, cabe la posibilidad de que en algún momento tu parte exigida decida plantarse y te pases al otro lado.
O al revés, si, en cambio, dejas de hacerlo totalmente, quizás en algún momento tu parte exigente considerará que es necesario volver a tomar el control. Una buena manera de salir de este círculo vicioso es sentar a ambas partes y mantener un diálogo. ¿Qué necesitan? ¿En qué te ayuda cada una? ¿Están dispuestas a negociar? El objetivo final será llegar a un acuerdo.
4) Date permiso para equivocarte.
Si eres muy perfeccionista es posible que la simple idea de equivocarte te incomode. Está claro que no todas las cosas tienen el mismo margen de error, pero muchas veces tienen más margen del que nos damos. Respectando aquellas tareas en las que quieras esmerarte para obtener buenos resultados, elige otras en las que no sea necesario apretarte tanto.
Es algo parecido a lo que proponen algunas dietas: elegir un capricho como excepción a la norma. Si quieres ir aún un poco más allá te propongo un juego: elige algo sencillo en lo que puedas equivocarte… y hazlo mal a propósito. Apuesto a que será interesante ver qué pasa.
5) Haz una lista de tus puntos fuertes.
En vez de estar demostrando continuamente que vales y esforzándote por obtener unos resultados que lo demuestren, recuérdatelo a ti mismo. Eres valioso por lo que eres. Y sí, tus actos también te definen, pero estoy segura de que con lo que llevas de vida has tenido tiempo suficiente para reflejarlo.
Te propongo hacer una lista de 10 a 15 puntos fuertes que identifiques en ti. ¿Cuáles son tus cualidades preferidas? ¿Qué te hace especial? Verás que escribirlos irá acompañado de una sensación agradable… Aprende a valorarte y a disfrutar de los recursos que ya tienes, seguro que después de darte a ti mismo el reconocimiento que necesitas resultará más fácil.
Recuerda que:
- El perfeccionismo suele estar relacionado con la necesidad de aceptación y de reconocimiento.
- Ser perfeccionista tiene repercusiones en el autoconcepto y la autoestima, y en ocasiones también en la relación con los demás.
- Cierto grado de exigencia puede resultar beneficioso para uno mismo.
- Te conoces mejor que nadie. Además de las 5 claves anteriores, puedes plantearte tú mismo qué es lo que puedes darte para moderar tu perfeccionismo o para sentirte mejor.