De convivencia, de cocina, de música, de supervivencia, para encontrar el amor o para ponerlo a prueba, para mostrarnos cómo son las vidas de un determinado colectivo,… La oferta de “reality shows” es un amplio abanico que inunda la parrilla de casi todos (por no decir todos) los canales tanto públicos como privados de televisión.
Ya son parte de nuestra cultura y ocio e, incluso, podemos llegar a crear lazos de unión o crear enemistades por seguir uno en concreto o diferencias a la hora de apoyar a una u otra de las de las personas que aparecen en ellos.
¿Por qué nos gustan tanto? ¿Por qué las audiencias son astronómicas en comparación con otros programas de televisión?
¿Qué hace que los “reality shows” sean tan populares?
¿Por qué vemos “reality shows”?
Un “reality show” es un programa de televisión en el que se nos presenta a protagonistas reales de la sociedad y sus problemas. Normalmente, estos son concursos con la finalidad de ganar un gran premio final que será para aquel concursante que mejor supere las distintas pruebas o conquiste al público.
Podemos llamarlos “reality shows”, “telerrealidad” o “telebasura”, pero, elijamos el nombre que elijamos, algo es indudable: gustan (y mucho), ya sea a adultos, adolescentes, gente mayor e, incluso, a niños.
Pese a que muchos somos consumidores de este tipo de producto televisivo, algunos se avergüenzan y ocultan ser seguidores de ellos (sobre todo dependiendo del programa).
“Gran Hermano”, “Masterchef”, “La isla de las tentaciones”, “Operación triunfo” o “Supervivientes” no son más que una pequeña muestra de lo que podemos encontrar en nuestras televisiones.
¿Qué es lo que hace que hayan conquistado nuestras televisiones y vidas?
Principalmente, porque nos entretienen. Los “reality shows” nos cuentan historias, como lo haría una serie o una película, con la particularidad de que (se supone) son historias reales.
La teoría nos dice y vende que aquello que veremos en nuestras pantallas será algo real y que podremos disfrutar de ello sin movernos del sofá. Nos proponen una aventura casi en primera persona desde casa.
Otro atractivo fundamental de los programas de telerrealidad es el trabajoso casting que se lleva a cabo para la elección de los concursantes del programa.
Todos somos muy conscientes de que se busca algo más allá de su talento (en caso de que esto sea indispensable para la participación) y es que aporten un plus: no dejar indiferente a la audiencia.
Los reality shows y el componente emocional.
Los “reality shows” buscan impactar a aquellos que lo visionen, creando emociones desde la pantalla: amor, odio, euforia, rabia, frustración,… Las emociones venden y quien las provocan son las acciones de los participantes del programa, de ahí que sea tan importante la elección de los mismos.
Normalmente, cuando vemos un programa con asiduidad comenzamos a crear preferencias por uno o varios participantes del reality: nos sentimos identificados o reflejados en ellos (efecto espejo).
¿Nos parecemos físicamente? ¿Hemos vivido vidas o experiencias parecidas? ¿Nos provocan compasión, pena y/o admiración? De repente, pueden convertirse en nuestro avatar dentro del concurso: sus éxitos y fracasos también son los nuestros.
Teniendo ese avatar, podemos pseudovivir la experiencia, las pruebas, el éxito,… a través de ellos, pero sin vernos forzados a esforzarnos para ello o experimentar desde nuestras pantallas qué pasaría si nos pusieran en esas circunstancias.
La empatía tiene un papel fundamental a la hora de crear “lazos” o preferencias con los concursantes. Como ya hemos dicho: aquellos con los que más conectemos o sean parecidos a nosotros tendrán mayores probabilidades de ser nuestros favoritos.
También otro aspecto que nos lleva al visionado de este tipo de programa es la curiosidad. El ser humano en gran parte es un ser curioso por instinto primitivo y le gusta saber cómo viven los otros.
Comparamos vidas, conocemos secretos ocultos,… podemos hurgar en la vida de desconocidos desde el salón y eso da morbo. Puede ser simplemente por conocer información de los demás (para contarla a otros y tener la “exclusiva” o mantener un poder social) o como método de comparación con nuestras vidas y observar en qué difieren o se asemejan (¿otros viven como nosotros? ¿Somos “raros” o entramos en la “normalidad”?).
Además, contar con la información que nos otorgan los realities, sobre todo los más vistos, hacen que nos sintamos integrados socialmente: nosotros también estamos “actualizados” y podremos entablar conversaciones con nuestro entorno o con desconocidos sin problemas si sacamos ese tema (tengamos en cuenta que, cuanto más tenemos en común con alguien, más le agradaremos).
Si ver un reality concreto es algo que hacen muchas de las personas de las que nos rodeamos, buscaremos estar al mismo “nivel”, ya sea por aceptación de esas personas (el beneplácito) o por ego (no quedarse por detrás socialmente hablando).
El ingrediente perfecto para el «enganche».
Si seguimos analizando el formato de este tipo de programa, al igual que las series, estos enganchan porque la historia está fraccionada, es decir, no nos la cuentan de golpe en poco tiempo sino que cada semana se va revelando. Eso hace que semana tras semana estemos pegados al televisor esperando a ver cómo continúan los acontecimientos.
Por último (y no por ello menos importante), el aburrimiento o la amenaza de él hace que estemos más pegados al televisor y nos “traguemos” lo que haya. Con el tiempo, si vemos varios programas consecutivamente, iremos enganchándonos o, al menos, querremos saber cómo termina y ponerle un final a la “historia”.
Esto ha ido disminuyendo a medida que han ido creciendo las plataformas que recogen un sinfín de series y películas a la carta como Netflix, HBO, Disney+, Amazon Premium,… De esta forma no debemos conformarnos con lo que nos ofrece la oferta televisiva. Aunque, deberemos añadir, algunas de las mencionadas sí han acogido en su catálogo varios “reality shows”.
¿Es malo ver “reality shows”?
Realmente no. Ver “reality shows” o seguirlos no supone gran diferencia de visionar películas o series, pero sí hay un “pero” (y bastante grande).
El gran problema que tiene este tipo de formato es que, como venimos repitiendo, nos venden que lo que va a ocurrir en ellos es la realidad y muchas veces lo único de “realidad” que tienen es el nombre. La diferencia con las películas o las series es que sabemos que estas son ficción y no nos creemos que eso es lo normal.
Los “reality shows” no son 100% la realidad, para que esto fuera así, debería ser algo parecido a la película de Jim Carrey: “El show de Truman”, donde el único que no sabe que está siendo grabado es el mismo protagonista.
Reality shows: realidad versus ficción.
Cuando estamos delante de una cámara y/o estamos compitiendo por un premio, nuestra forma de ser se ve afectada, no podemos ser los mismos por muy aislados del exterior que estemos (precisamente esto tampoco contribuye a la normalidad).
Las pruebas o actividades que se realizan dentro del reality tampoco suelen ser lo normal, de hecho, eso es lo que buscan: poner a prueba a sus concursantes. Seguimos desmontando la realidad.
Pero, sobre todo, el principal motivo por el cual no es real todo lo que vemos, pasa porque las productoras buscan sacar mucho beneficio, por lo que van a buscar que la historia venda exprimiéndola al máximo.
¿Cómo? Muchas (no digo que todas) pondrán al límite a los concursantes para que reaccionen y así crear espectáculo, elegirán en el casting personas determinadas, guionizar,…
Y, aunque no manipulen las circunstancias, el simple hecho de editar las imágenes y/o recortarlas para emitirlas en unas pocas horas (no podríamos estar las 24 horas pegados al televisor), ya hacen que esa no sea la realidad.
Por último, los mismos concursantes pueden crear personajes o llevar a cabo estrategias para ganarse al público o aliados dentro del programa y así ganar, haciendo que no deje de ser algo forzado y/o irreal.
Conclusión.
Por todo ello, siempre que veamos un programa de esta categoría, deberemos tener que en cuenta que no podemos tratarlo de realidad 100% en ninguno de los casos.
Mientras no consideremos a los “reality shows” como certeza o un reflejo de la realidad y pongamos en duda parte de lo que nos cuentan, no habría ningún problema con seguirlos y verlos.
Y tú, ¿sigues algún reality show? ¿Cuál y por qué te gusta? Cuéntanos en comentarios.
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