Son indiscutibles los enormes beneficios que nos aporta saber acerca de una cultura diferente a la propia. Conocer distintas maneras de percibir el mundo, las relaciones sociales, otros idiomas, religiones, costumbres y tradiciones nos enriquece, fomenta nuestra tolerancia, nos proporciona una visión más amplia del comportamiento humano y nos abre la mente.
Para empaparnos de todo ello, una de las formas más fáciles y comunes es viajar. Moverte por diferentes países te hace descubrir y vivir en primera persona estas diferencias interculturales. Pero… ¿y si en lugar de coger un avión convives con otras culturas en tu propia casa?
La cultura en las relaciones
En la actualidad es cada vez más habitual ver parejas y familias compuestas por personas de países dispares. Todo lo que implica la globalización (la facilidad de viajar, el progreso de Internet, el aumento de la migración…) favorece la multiculturalidad.
Resulta atractivo estar con alguien de otro lugar, nos sentimos atraídos por personas que se salen de lo habitual. Y aunque el amor mueve montañas y además no entiende de culturas, ninguna relación de pareja está exenta de los problemas que surgen como consecuencia de la convivencia, y si a todo esto le sumamos distintas maneras de entender la vida, la sexualidad, la fidelidad, incluso la importancia en las muestras de afecto para unos o para otros, los conflictos pueden aumentar.
Mi historia…
Yo provengo de una familia con un amplio currículum cultural. Desde generaciones muy anteriores a la mía, ya éramos aficionados al mestizaje.
Mi tatarabuelo español vivía en las Islas Filipinas cuando aún eran colonia española. Al independizarse éstas, él ya se había enamorado de una nativa, mi tatarabuela, por tanto echó allí sus raíces. Toda su descendencia fue filipina, hasta que mi madre siguió sus pasos casándose con un español: mi padre, cuyo árbol genealógico también contiene variedad. En su caso, su abuelo, se marchó a Cuba en busca del sueño español.
Allí conoció a mi bisabuela, la cual era cubana. Desde entonces, y hasta mi padre, no hubo más mestizaje. Y por fin llegamos a mi generación. Por mi parte puedo decir que a este popurrí familiar, he aportado la cultura latinoamericana casándome con un argentino; mientras tanto, mi hermano se ha encargado de mostrarnos la eslava a través de su pareja ucraniana.
La primera vez que viajé a Filipinas con mi pareja y le presenté a mi abuelo, se lanzó a darle un fuerte abrazo y dos besos. La cara de mi abuelo era un poema, y la situación fue bastante incómoda. En aquel entonces mi novio, no podía entender como la gente tenía entre sus propias familias una actitud tan fría, con tan pocas muestras de afecto, ni cómo sus vidas giraban casi única y exclusivamente en torno al trabajo, o cómo mis primas de treinta y pico años no podían presentar a su parejas a su padres si su intención no era casarse.
Se impregnó de una cultura muy conservadora, que aunque al principio le costó, quedó totalmente enamorado. Por lo que a mí respecta, cuando viajé a Argentina entendí muchos comportamientos, el otro extremo, miles de abrazos, besos, bailes, risas, formas distintas de actuar y de entender la vida.
Superar los abismos culturales en la relación de pareja
Todas estas diferencias, por pequeñas que parezcan, constituyen nuestra personalidad. Adaptarse a ellas es el resultado de la tolerancia y la comunicación. Para aprender a enriquecerse y aprovecharse de estas circunstancias primero hay que pasar por un período de aceptación. Entender que, sumado a las diferencias que cualquier otra pareja tiene, existen actitudes marcadas por esos abismos culturales. Encontrarse con puntos de vista nada parecidos ante diversas situaciones facilita las discrepancias.
Parece contradictorio que, por ejemplo, una mujer independiente, integrada en el mundo laboral, que se relacione en su vida social tanto con hombres como con mujeres y le de muchísima importancia a la fidelidad, se enamore o se sienta atraída por un hombre con tendencias machistas, cuya cultura acepte la poligamia. Pero esto realmente ocurre, y cuando se hace latente, es importante entenderlo y trabajarlo.
Para ello, es primordial la educación, la flexibilidad y, por supuesto, el respeto. Si cada uno de los miembros está dispuesto a incorporar a su vida aspectos de la cultura del otro con una actitud positiva, se pueden lograr resultados magníficos.
Desde la Psicología podemos abarcar temas tan fundamentales como la promoción de la igualdad y la tolerancia, enseñar formas de comunicación basadas en el diálogo, empujar a que exista una fusión de culturas y no se imponga como correcta una u otra, y dar herramientas para afrontarse de manera fluida a los cambios, dejando atrás todo prejuicio.
Como dice la famosa frase, ‘’querer es poder’’, y aunque en un primer momento parezcamos distintos, no debemos olvidar que somos iguales y que nuestro propósito en la vida es ser felices y adaptarnos a ella de la mejor manera posible. Por lo tanto debemos de esforzarnos para que nuestras diferencias, en lugar de separarnos, nos unan.
Si te interesa recibir apoyo profesional para mejorar la calidad de tu relación de pareja, puedes informarte sobre nuestro servicio de Terapia de Pareja.
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