Todos los padres y madres quieren tener hijos felices. Buscan de alguna manera de educar en la felicidad. Hacen todo lo que esté en su mano para que a su hijo no le falte de nada y sea el mejor. Se les compra toda clase de juguetes que ellos quieren, para que estén contentos, y si a la semana ya se han cansado pues les compramos otros; si no les gusta ni la verdura ni la fruta ni el pescado, les preparamos otra cosa porque claro, pobrecitos.
También se les apunta a trescientas actividades extraescolares para que sepan de todo y en el cole se les exige siempre mejor nota de la que sacan, porque si Pablito ha sacado un diez, ellos también pueden.
Muchas veces algunos de estos comportamientos son inevitables, porque realmente los padres quieren lo mejor para sus hijos y pensamos que esta es la manera de dárselo y así conseguir que les vaya todo bien en la vida, pero ¿es realmente un niño feliz así? ¿Realmente los niños valoran tener cientos de juguetes o que se les deje hacer lo que ellos quieran? ¿Es mejor presionar a nuestro hijo para que saque un diez en lugar de reconocer lo mucho que ha trabajado y el esfuerzo que ha invertido en sacar un seis?
Lo que sí quieren los niños es la atención y la valoración de sus padres, familia, amigos… su cariño, su presencia y poder contar con ellos; sentirse útiles y capaces en sus actividades diarias, que su esfuerzo sea valorado y que no se les pidan objetivos que no pueden alcanzar.
También quieren unos padres que sepan guiarles con normas y no que los dejen a su libre albedrío todo el rato porque esto les desconcierta. En definitiva, un niño necesita apoyo, afecto y normas para crecer sano y feliz.
¿Cómo es un niño feliz?
Todos estaremos de acuerdo en que definir la felicidad es algo complicado, pero hablando de niños sí que podríamos explicarla de forma general en estos seis puntos que ayudan a formar una buena autoestima y satisfacción personal, puntos clave para educar en felicidad.
- Es optimista y alegre. Un niño feliz sabrá ver el lado positivo del problema a resolver, será más creativo a la hora de encontrar soluciones y no se derrumbará por las adversidades que pueda encontrarse; reduciendo así las probabilidades de depresión y estrés en un futuro.
- Es seguro de sí mismo. Sabe confiar en sus capacidades a la hora de resolver problemas y enfrentar nuevas situaciones. La seguridad le lleva a tener ilusión y confianza en sus proyectos y a sentirse capaz de lograr sus objetivos.
- Tiene iniciativa. Un niño feliz tiende a explorar por su cuenta siendo esta su principal fuente de conocimiento. El tener la seguridad del apoyo paterno le permite emprender nuevas aventuras y probar nuevas experiencias, porque sabe que sus padres estarán ahí si algo ocurre.
- Es responsable de sus acciones. Un niño feliz tiene responsabilidades ajustadas a su edad, como hacer los deberes, mantener ordenada su habitación, lavarse los dientes o vestirse solo. Al contrario de lo que pueda parecer, los niños disfrutan este tipo de tareas porque les hacen sentirse más autónomos y mayores. Sabe también que no cumplir las tareas establecidas conlleva unas consecuencias.
- Es independiente. Conforme va creciendo va siendo capaz de ir realizando actividades sin la intervención constante de un adulto. Es consciente de que sus padres están ahí para apoyarle y ayudarle a crecer pero que es una persona independiente y también tiene su función. Está bien ayudarles, pero no hacer por ellos algo que puedan realizar solos.
- Mantiene buenas relaciones con otros niños. Los momentos de juego y de relación con los demás niños son muy importantes en su desarrollo. Un niño feliz y bien ajustado generalmente tendrá más amigos y disfrutará más de estos momentos. Crear lazos con personas externas al círculo familiar y de edades similares a la suya le ayuda a crecer y a desenvolverse en otros ámbitos distintos.
¿Cómo conseguimos educar en la felicidad? 6 consejos prácticos.
Según los estudios, los niños mejor ajustados y más felices son los que tienen unos padres que proporcionan un alto nivel de apoyo y afecto a sus hijos junto con un alto nivel de control. A esta combinación se le conoce como estilo parental democrático. Unos padres democráticos ponen límites a sus hijos pero les explican los motivos (tendremos que olvidarnos del famoso “¡Porque lo digo yo!”). Son tolerantes con las demandas; están dispuestos a negociar cuando sea conveniente. Los niños que han crecido bajo este estilo tendrán una gran autoestima, alta competencia social y un buen nivel de rendimiento escolar. ¿Qué se puede hacer para conseguir todo esto? es decir, ¿cómo educar en la felicidad?
1.Fortalecer el vínculo de apego
El apego es la vinculación con los padres; las muestras de afecto, cariño, cercanía y apoyo que estos muestran con su hijo. Es lo que da al niño un sentido de seguridad, autoestima, confianza y autonomía. Es muy importante que perciba que puede contar con nosotros, y que vamos a estar a su lado pase lo que pase.
Es mejor dejar de lado lo material a la hora de mostrar a nuestro hijo lo que nos importa o para recompensarle por algo y, por ejemplo, si saca buenas notas decirle que nos sentimos orgullosos de él, que sabíamos que podía hacerlo y proponerle ir a pasar un día a algún lugar que le apetezca.
Para educar en la felicidad, el tiempo que les dediquemos tiene que ser tiempo de calidad como podría ser ayudarles con los deberes, jugar con ellos, preguntarles acerca de su día en el cole y su relación con los amigos, etc.
La recompensa preferida por los niños es siempre nuestra atención por lo que tenemos que procurar pasar el máximo tiempo que podamos con ellos y dejar en un segundo lugar los regalos y caprichos.
2. Validar sus emociones
Muchas veces tendemos a decirles a los niños “no llores”, “no pasa nada”, “no te preocupes, eso es una tontería” etc, sólo por el hecho de que son pequeños y desde nuestra visión de adultos lo vemos todo muy fácil. Tendemos a pensar que simplificando el problema les estamos consolando.
No hay que menospreciar sus emociones y sentimientos sólo por su edad, porque a ellos les afectan de la misma forma que a nosotros las nuestras.
Por el contrario debemos estar emocionalmente disponibles, tienen que encontrar en nosotros un apoyo, a alguien que les escucha, se interesa por sus preocupaciones y les da la importancia que se merecen. De esta forma los niños al sentirse reconfortados, resuelven su problema de una forma sana y ganan confianza en sí mismos.
Hablar con los niños sobre sus emociones y sentimientos nos permite también educarles en este ámbito imprescindible para la vida. Podemos ayudarles a reconocer y saber expresar adecuadamente sus emociones; siendo este un aspecto muy importante en su desarrollo y al que no siempre le prestamos la debida atención.
Como dice Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional “el aprendizaje no sucede como algo aislado de los sentimientos. De hecho, la alfabetización emocional es tan importante como el aprendizaje de las matemáticas o la lectura”.
3. Validar sus opiniones
A pesar de que son los padres los que ponen los límites y las normas, es muy bueno que algunas de ellas se puedan negociar con los niños, de esta forma se sienten capaces de decidir, y que su opinión se valora.
Es crucial para su felicidad y seguridad que los niños se sientan valorados en cuanto a sus ideas y opiniones, así tendrán más motivación y tenderán a cooperar más. Por ejemplo, si en una clase les pedimos a ellos que establezcan las normas de buen comportamiento, está demostrado que las cumplen mucho más y con mejor actitud que si les son impuestas. Se sienten mucho más responsables y comprometidos.
Evidentemente, no siempre van a poder participar en todas las decisiones; como por ejemplo que no hay negociación posible en comerse un helado antes de cenar. A pesar de ello debemos escuchar su punto de vista, valorarlo y acordar, por ejemplo, que si se come toda la cena podrá tener el helado después.
4. No etiquetarles
Etiquetar a un niño es decirle a menudo que es “malo”, “desobediente”, “tonto”… sólo porque ha pegado a otro niño, no nos está haciendo caso, o ha suspendido una asignatura. Es decir, establecer un adjetivo general para él basado en que algunas veces se comporta así, en lugar de centrarnos en la actitud concreta.
Las etiquetas les van acompañando a lo largo de su vida y cada vez será más difícil eliminarlas, con lo que el niño en lugar de ser libre y responsable de sus acciones, estará enmarcado en unos patrones inamovibles.
Para los niños sus padres son sus referentes, los que lo saben todo, por tanto si ellos les etiquetan de malos, pensarán que es cierto, y lo que es peor, sentirán que tienen que cumplir ese papel porque es lo que son y seguirán pegando, con lo que en lugar de eliminar una conducta conseguimos afianzarla.
La manera de no etiquetarles es centrarnos en el comportamiento en concreto a la hora de regañarles, hacerles ver que lo que acaban de hacer no está bien, explicarles por qué, y que entiendan que no son malos por hacer algo malo. Así el niño no considera que sea “malo” o un “pegón”, si no que la actitud que tuvo estuvo mal porque si pega a los compañeros les hace daño.
De esta forma conseguimos que aprendan también de sus errores y actitudes inapropiadas y fortalecemos su autoestima haciéndoles conscientes de que pueden mejorar y no están encasillados de por vida en un papel.
5. Mejor recompensar que castigar
El castigo es una forma de que los niños aprendan que sus conductas no deseadas tienen una consecuencia cuando son demasiado pequeños para razonar con ellos. Pero por supuesto, para que el castigo cumpla su función, hay que dejar muy claro qué se ha hecho mal y en qué consistirá el castigo, que deberá ser siempre proporcional a la conducta.
Aun así puede ser que el niño no vea la conexión entre su comportamiento y la consecuencia, con lo que la conducta se seguirá repitiendo y se habrá creado una hostilidad hacia los padres.
Una alternativa para educar en la felicidad es explicar al niño cuales son los comportamientos alternativos que sí debe tener y reforzarlos, para que así los repita.
Por ejemplo, si un niño pega a otro porque le ha quitado su juguete tendríamos dos opciones:
La primera (el castigo) sería apartarlo diez minutos sin jugar. Al cabo de ese tiempo, volvería a jugar y si el otro niño le vuelve a quitar su juguete, reaccionaría de la misma forma, y nos tocaría castigarlo otra vez.
La segunda opción (actitud alternativa recompensada) consiste en decirle que lo que ha hecho no está bien a pesar de que le hayan quitado su juguete. Le diríamos también que pidiera perdón por haber pegado y que si vuelve a pasar lo mismo sería mejor idea que le pidiese al niño el juguete de vuelta y si esto no funciona, que pida ayuda a un adulto.
Una vez el niño pide perdón podemos decirle que lo ha hecho muy bien, y si a la próxima vez acude a nosotros en lugar de pegar debemos mostrarle lo contentos que estamos de que esta vez lo haya hecho bien.
Muchas veces ocurre que los comportamientos inapropiados de los niños son debidos a que desconocen otra forma de actuar. Con esta técnica conseguimos que actúen motivados por hacer las cosas bien.
6. Ser un ejemplo
Dentro de educar en la felicidad esta puede que sea la parte más difícil, porque por mucho que sabemos de sobra como se tienen que hacer las cosas, somos los primeros en hacer muchas veces lo contrario. El problema es que no podemos inculcar valores en los niños con la filosofía del “haz lo que yo te diga pero no lo que yo haga”.
No podemos pretender que un niño no grite a los demás si nosotros cuando nos enfadamos le gritamos a él, o a nuestra pareja; o si le estamos obligando a acabarse el plato de la comida mientras tiramos la mitad del nuestro a la basura porque no nos apetece más.
Los niños, que se fijan en absolutamente TODO, no tardarán en preguntar ¿mamá/papá y por qué tu sí y yo no? A lo que los padres suelen responder: ¡Porque la madre/el padre soy yo! O Porque yo ya soy mayor y puedo hacer lo que quiera. Y no es que les falte razón… pero no nos sorprendamos luego si nuestro hijo no nos hace caso.
Podemos seguir haciendo eso, o también podemos sacar provecho a servir de ejemplo a nuestros hijos, para así mejorar nuestros hábitos y comportamientos.
A fin de cuentas la influencia entre padres/educadores y los niños es recíproca. Así que todos nos beneficiamos de educar en la felicidad.
Resumiendo…
Para educar en la felicidad tenemos que quedarnos con la idea de que las normas y los límites no son malos, al contrario, son completamente necesarios para proporcionar estabilidad y seguridad en la vida del niño. De esta forma, tendrá las herramientas necesarias para afrontar la vida conforme vaya creciendo y siendo más independiente.
No olvidemos tampoco el otro pilar fundamental que sostiene educar en la felicidad: el afecto, que ayudará a nuestros hijos a que tengan un mejor desarrollo emocional y ajuste conductual; serán más comunicativos y así se sentirán más respaldados y seguros.
Para que nuestro hijo sea un niño feliz no hay que colmarle de regalos y complacerle siempre en todo, ellos son felices con el simple hecho de que estemos presentes; como bien decía El Principito, “lo esencial es invisible para los ojos”.
Y para finalizar con una buena sonrisa, ¡Os dejo este video de la niña más feliz y positiva del mundo!
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