Salud, Bienestar… en el último artículo pusimos encima de la mesa un marco general que no solamente nos permite aclarar conceptos, sino que nos puede ayudar a tener otra mirada sobre el campo que vamos a tratar hoy: la alimentación.
Creo que, cuando hablamos de alimentación, estaremos todos de acuerdo en que es un ámbito de nuestra vida con una influencia determinante en nuestra salud y con una labor importante de prevención. No solamente es fundamental para un correcto funcionamiento fisiológico o para que nuestras capacidades físicas se optimicen, sino que también constituye un factor protector de cara a diversas enfermedades.
Por otra parte, también tenemos bastante interiorizada la idea de que ciertos alimentos también se relacionan inevitablemente con nuestro estado de ánimo y de esta manera con nuestro bienestar emocional, pero: ¿hasta qué punto somos conscientes de ello?
Dieta… Régimen… Hábitos alimentarios… Dieta equilibrada… Los términos se suceden y los tenemos tan escuchados que probablemente ya no signifiquen nada.
Antes de comentar lo que actualmente y popularmente creo que se entiende por “dieta”, os invito a que veamos un poquito más de cerca el origen del concepto.
Origen Histórico de la “Dieta”
Dieta en la Antigua Grecia
“Dieta” proviene del término griego “díaita”. Para ellos la dieta era la forma de vivir, el conjunto de conductas de todo tipo que convergían finalmente en la alimentación. En definitiva: dieta como modo de vida. Considerando que nuestra forma de alimentarnos nos va a acompañar toda la vida y se va a constituir como un eje fundamental de nuestro desarrollo y nuestra salud, parece que esta concepción tiene sentido ¿verdad?
Dieta en la Actualidad
Ahora os voy a proponer un pequeño ejercicio: me gustaría que os paréis un momento, y os imaginéis en una reunión con la familia o los amigos, cómo sería una conversación sobre “dieta” o alimentación… ¿Lo tenéis?
Posiblemente la conversación haya comenzado sobre lo que cada uno entiende por “dieta” y hayan surgido respuestas relacionadas con esos alimentos o comidas de las que nos privamos bajando las calorías en la “operación bikini”, o su restricción cuando nos encontramos en alguna situación médica importante y tenemos que “tener cuidado” con lo que comemos. En cualquiera de los dos casos se erige una concepción de: dieta como práctica de restringir la ingesta de comida.
A continuación seguramente haya comenzado un debate sobre los alimentos que son “sanos” y los que no lo son, y hayan surgido bandos para todos los gustos. “La carne roja es cancerígena VS la carne roja no es cancerígena”, “los huevos son alimentos que aumentan el colesterol VS los huevos son alimentos muy completos”, “las proteínas son perjudiciales para los riñones VS las proteínas son muy necesarias en buena cantidad en una alimentación saludable”, “las grasas aumentan el riesgo de problemas cardiovasculares VS no aumentan el riesgo”, “el pan engorda VS el pan es un cereal complejo que nos da energía”… siendo la lista probablemente interminable.
¿A dónde quiero llegar?
¡Qué gran diferencia con los antiguos griegos! Podemos observar que popularmente hemos ido reduciendo lo que entendemos por dieta a una concepción aplicable solamente en una serie de circunstancias concretas, fundamentalmente: ¡cuando algo va mal! Cuando engordamos, cuando nos sube el colesterol, cuando queremos mantener el peso corporal…Y si a esto le sumamos el eterno debate sobre lo que tenemos que incluir en nuestra alimentación y lo que no, llegamos a una conclusión: no sabemos.
Lo cierto es que estamos totalmente perdidos. Reina la confusión. Heredamos mensajes que hemos ido incorporando desde nuestra infancia, promovidos por la familia, los amigos y por la exposición prolongada a un bombardeo constante de los medios de comunicación. ¿Los artífices de esta confusión?: mensajes superficiales, mitos, falta de consenso médico, y un largo etc… han desembocado en un desconocimiento generalizado y han determinado algo tan importante como es nuestra forma de alimentarnos.
En ese caso, aquí os propongo el inicio de un camino: una nueva concepción de dieta, en comunión con nuestros antepasados los griegos, y teniendo en cuenta la nueva concepción de salud que es: la dieta como fortaleza.
La Dieta como fortaleza
Concebir la dieta como una fortaleza implica convertir nuestra alimentación en un recurso y, a la vez, tener en mente que la dieta no es el objetivo de la vida, y por tanto, no es un castigo.
Significa recuperar el control sobre este aspecto de nuestra vida que nos hará ser más libres y aumentará tanto directa como indirectamente nuestro bienestar. Pero también significa que para convertir nuestra dieta en un recurso, tenemos que asumir una segunda premisa: nuestra dieta es nuestra responsabilidad.
¿Qué NO significa esta concepción?
- NO pretende sustituir las recomendaciones ni la labor de nutricionistas u otros profesionales.
- NO implica un sentimiento de culpa. Al hablar de responsabilidad se puede entender que, como no hemos “cuidado” nuestra alimentación hasta ahora como nos habría gustado, somos responsables de ello y por tanto tenemos la culpa de haberlo hecho mal.
- NO se corresponde a una dieta personalizada con porciones ni calorías concretas sobre lo que cada uno debería comer.
¿Qué significa la dieta como fortaleza?
Partimos de que, para convertir nuestra dieta en un recurso, es necesario considerar dos ideas fundamentales:
La primera es que nuestra alimentación no solamente incluye un conocimiento nutricional, sino que, como conducta, también se constituye como un hábito arraigado.
La segunda es que, aunque los nutricionistas son expertos en alimentación, nutrición y dietética, y los psicólogos son expertos en cómo funcionamos y nos comportamos los seres humanos, finalmente eres TÚ el que va a estar en las 3-5 comidas que vas a realizar a lo largo de tu vida
Como consecuencia de esto y recuperando las premisas del modelo biopsicosocial, la responsabilidad no solamente recae en el nutricionista, sino que existe una corresponsabilidad que implica dejar a un lado el rol pasivo y ser tú también activo en el proceso.
Quizás puedas acudir a un nutricionista, pero quizás no tengas los medios y, aún así, quieras tomar las riendas de tu vida. Para ello solo hay un camino posible: SER TU PROPIO MOTOR DE CAMBIO. Asumir la responsabilidad, como mencionábamos más arriba, no implica flagelarnos y culparnos de lo que hemos hecho mal, o de cómo nos habría gustado que fuesen las cosas. La responsabilidad nos permite hacernos la pregunta: ¿qué puedo hacer a partir de ahora?
Plantearte que hasta ahora has hecho lo que has podido, pero que a partir de ahora las cosas van a cambiar. Que aunque los profesionales pueden asesorarte, quieres dotarte de las herramientas para tener una mirada crítica sobre este aspecto de tu vida.
[bctt tweet=»Sé tu propio motor de cambio» username=»Serendipia_psic»]
5 beneficios de convertir nuestra alimentación en una fortaleza
- Estaremos más motivados: veremos una serie de herramientas que nos permitan ponernos en marcha, mantener nuestra alimentación en el tiempo.
- Aumentaremos nuestra sensación de control sobre este aspecto de nuestra vida.
- Mejoraremos nuestra relación con nosotros mismos.
- Tendremos mayor conocimiento y sabremos discriminar la información relevante.
- Aumentaremos nuestro bienestar en dos direcciones:
- De forma directa: Nuestro bienestar físico estará optimizado, con sensaciones de vigor, energía, buena nutrición y, en definitiva, una alimentación saludable.
- De forma indirecta: No solamente aprenderemos una serie de herramientas que nos faciliten, por una parte, iniciar y mantener una alimentación saludable -que en última instancia mejorarán nuestro bienestar físico-, sino que dichas herramientas:
- Podremos aplicarlas a otros ámbitos en los que queramos incorporar cambios en nuestra vida, no solamente en el campo de la alimentación.
- Mejorarán nuestro bienestar psicológico. Al incidir sobre nosotros mismos, trabajaremos dimensiones como el control (que ya citábamos más arriba), la autonomía, o la autoaceptación.
¿A quién puede beneficiar esta forma de ver la alimentación?
Hacer una propuesta como universal, sin considerar que cada uno de vosotros tiene una serie de circunstancias concretas, puede ser arriesgado. Sin embargo, estoy convencido de que aunque ciertas herramientas que vayamos viendo ya las conozcáis, quizás otras sean novedosas, o simplemente las abordemos desde un punto de vista diferente que os haga reflexionar.
Creo que fundamentalmente existen tres grupos, los cuales se beneficiarán de herramientas diferentes, aunque todas puedan resultar de mayor o menor utilidad:
- En primer lugar, están aquellas personas que no estén especialmente interesadas en cambiar su alimentación. “Yo he comido de X manera toda la vida y no me ha pasado nada”, “yo he seguido dieta X, he adelgazado y me he sentido muy bien”… Probablemente muchos de vosotros hayáis llevado una alimentación variada sin ninguna consideración particular y consideréis que os ha ido bien, otros habéis probado alguna dieta concreta con un objetivo determinado: bien sea bajar de peso o reducir el colesterol, por poner dos ejemplos, con buenos resultados, y resumidamente veáis innecesario replantearos vuestra forma de alimentaros pensando: “si hasta ahora me ha ido bien, ¿para qué cambiar?”
En ese caso os invito a reflexionar recuperando la noción de salud que teníamos en el artículo anterior, y de ésta forma le daremos un valor diferente a lo que comúnmente nos han dicho muchas veces de: “por comerte esto, no te vas a morir”. Efectivamente, probablemente muchas veces los alimentos no sean del todo nocivos en sí, pero… ¿eso los hace beneficiosos?
Que no sea malo, no significa que sea especialmente bueno para nuestra salud, porque como hemos visto: la salud es más que ausencia de enfermedad y… ausencia de malestar no implica presencia de bienestar. Por ello quizás descubráis herramientas que os permitan fortalecer vuestra alimentación, optimizarla o simplemente, que podéis aplicar fuera de vuestra alimentación para facilitar otros cambios en vuestra vida
[bctt tweet=»La salud es más que la ausencia de enfermedad» username=»Serendipia_psic»]
- En segundo lugar, están aquellas personas que se han planteado cambiar o mejorar su alimentación. Otros que me estéis leyendo es posible que, aunque no tengáis ninguna patología y vuestros niveles de colesterol o vuestro peso estén dentro de la norma, queréis optimizar vuestra alimentación para sentiros con más vigor, energía, mejor nutridos y paralelamente mejorar vuestra capacidad física. Como en el caso anterior, posiblemente ya conozcáis muchos aspectos que vayamos a tratar, sin embargo, seguramente podáis beneficiaros de las herramientas no solamente para vuestro objetivo, sino para otros ámbitos de vuestra vida.
- En último lugar…
Por un lado, están aquellas personas que quieren un cambio en su alimentación, pero no se sienten convencidos de que puedan conseguirlo.
Por otro lado, están aquellos que están totalmente desencantados en relación con la dieta o la alimentación, y debido a diversos fracasos, ya no se plantean cambiar.
Con ello me refiero a que, probablemente, algunos de vosotros que me estéis leyendo hayáis probado diferentes tipos de dietas con objetivos diversos, como perder peso, y no os haya funcionado, o hayáis perdido peso al principio, y después de haber vuelto a comer con “normalidad” hayáis recuperado el peso perdido asolados por un efecto rebote.
Algunos habréis recurrido a un nutricionista, pero posiblemente otros hayáis perdido toda esperanza en que alguna dieta funcione después de unos cuantos intentos infructuosos ¡hasta llegar un punto de considerarla una verdadera pesadilla!, y os sintáis condenados a no controlar vuestra alimentación ni a saber cómo afecta a vuestro cuerpo.
Con este objetivo, en el artículo “Aprende a Cambiar tus Hábitos Nutricionales” veremos una serie de herramientas para recuperar el control de nuestra alimentación, estar más motivados para iniciar cambios al ritmo de cada uno y reconciliarnos con un aspecto de nuestra vida que nos va a acompañar siempre.
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