¿Te has parado a pensar cuántas veces al día reprimes tus emociones? ¿Identificas y escuchas cada emoción que sientes? ¿Podrías nombrar qué emoción sientes en estos momentos? El principal problema de las emociones reprimidas es que no sabemos que están.
Nuestro cuerpo nos va dando pistas sobre qué emoción vamos sintiendo en cada momento. Para cada uno de nosotros es diferente o tiene ciertos matices distintos aunque sean mayoritariamente universales.
Prestar atención a nuestras emociones, en ese mismo momento, nos ayuda a comprendernos mejor, ponerles nombre y poder regularlas.
¿Qué son las emociones reprimidas?
Las emociones reprimidas son, precisamente, aquellas que no queremos o sabemos escuchar o a las que le damos poca importancia. Pero son las que más fuerza toman y terminan guiando nuestro comportamiento. Conocer nuestras emociones es conocer nuestra identidad y nos da la oportunidad de saber por qué actuamos de una forma u otra.
Cada uno tenemos una forma de interpretar las situaciones que nos vienen. Las filtramos en función de nuestra experiencia, sensaciones, creencias, formas de pensar, etc. Cada situación nos lleva a sentir una o varias emociones, es por ello que conocerlas nos lleva a comprender mejor cómo actuamos.
Debemos aprender a saber reconocer las señales que nos indica nuestro cuerpo para darnos cuenta en cada momento de lo que sentimos y de lo que nos está ocurriendo. El primer paso es prestarle atención a nuestras emociones y darles voz cuando lo pidan. Si no lo hacemos de esta forma, se convertirán en emociones reprimidas y actuaran de forma autónoma.
En el momento en el que las escuchamos, estamos preparados para comprender y manejar nuestro comportamiento. Y así actuar de una forma integrada y comprensible.
“Lo que niegas te somete. Todo lo que nos sucede, entendido adecuadamente, nos conduce a nosotros mismos”.
Vivimos nuestras emociones, pero no las expresamos.
En muchas ocasiones, contenemos lo que sentimos porque creemos que no es importante decirlo o que el hecho de expresarlo puede causarnos inconvenientes. Pero también sucede que, precisamente por no expresar lo que sentimos a tiempo, acabamos sintiéndonos peor o haciendo algo que no queremos.
No se trata de escupir lo que vayamos sintiendo sin importarnos cómo lo decimos o a quién. Más bien, de saber qué sentimos y saber expresarlo de una forma adecuada y asertiva.
Conocer la intensidad y la duración de cada emoción, nos ayudará a saber si estamos sintiéndolas de una forma adecuada y útil. Ninguna emoción debe ser permanente, no podemos estar siempre enfadados por ejemplo.
Sin embargo, las emociones reprimidas pueden llegar a ser tan intensas o de larga duración, que nos impiden tener lucidez para actuar como nos gustaría.
Por ello, nunca prometas ni discutas bajo el influjo de una emoción intensa. Puede que digas o hagas cosas de las que después te puedas arrepentir.
Aprendemos a reprimir nuestras emociones.
A nivel social, las emociones han sido etiquetadas como positivas (alegría, amor, felicidad, etc.) o negativas (miedo, enfado, tristeza, dolor, etc.). Mientras las primeras las expresamos sin ningún problema, en las segundas no ocurre lo mismo. Se tienden a negar, camuflarlas o reprimirlas. Producen incomodidad tanto si las sientes o como si las ves sentir a alguien.
Pero debemos tener en cuenta que las emociones no son ni positivas ni negativas, ni buenas ni malas. La connotación se la damos nosotros y la forma de sentirlas hace que nos ayuden o nos perjudiquen.
Las emociones:
- Nos han permitido sobrevivir como especie.
- Nos dan la oportunidad de actuar de una forma distinta ante una situación concreta.
- Nos guían para saber cómo actuar ante distintas situaciones.
- Nos dan una referencia de lo que nos sucede en un momento determinado, y la energía adecuada para actuar en cada situación.
Cada emoción tiene su propia función, con su propio mensaje e intensidad, y nos ayuda hacia el autoconocimiento.
Cuando reprimimos nuestras emociones, pagamos un alto precio, ya que éstas no desaparecen sino que se quedan dentro de nosotros a nivel inconsciente, esperando a salir con fuerza, ante cualquier oportunidad.
Para reprimir nuestras emociones, necesitamos una cantidad de energía que conlleva desgaste físico, mental y emocional. En definitiva, reprimir nuestras emociones nos desgasta más que el sentirlas. En un caso, las proyectamos hacía fuera y en el otro, hacia dentro.
Hay que pensar que las emociones son energía y ésta no se destruye sino que se transforma. Entonces, si evitamos expresar la emoción se puede transformar en cualquier enfermedad.
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Tratar de controlar las emociones.
Es un error que se comete bastante a menudo. Creemos que si controlamos nuestras emociones, desaparecerán, pero no es así. Cuando queremos controlar las emociones lo que realmente intentamos hacer es desconectarlas, reprimirlas, negarlas o racionalizarlas.
El hecho de tratar de controlarlas de esta forma solo nos llevará a hacernos daño, porque estamos generando una olla a presión que en cualquier momento explotará y lo hará con mucha fuerza por toda esa energía acumulada.
Las emociones reprimidas son emociones atrapadas que buscarán una salida. Cuanto más fuerte sea la represión, más explosiva y potente será la liberación de esa emoción. A esto se le puede añadir la acumulación de distintas emociones. Todo un cóctel molotov.
Piensa en estos tres ejemplos que te pongo a continuación:
- Compara la emoción con un pozo de agua estancada, sin movimiento. Esto equivaldría a controlar/reprimir las emociones. ¿Qué sucede con esa agua en esas condiciones? Se pudre y pierde vitalidad, ¿cierto?
- Ahora piensa en un tsunami, cuya violencia arrasa con todo a su paso causando devastación e incluso muerte. Esto equivaldría a dejar sueltas nuestras emociones sin medir las consecuencias. Con ello nos convertimos en esclavos de nuestras emociones, llegando a herir a otros y a nosotros mismos.
- Finalmente, tenemos las presas hidroeléctricas. Éstas permiten que el agua fluya y a la misma vez, ser canalizada para unos fines productivos.
Ahora plantéate, ¿cuál de las tres aguas quieres ser? ¿Cómo deseas que actúen en ti tus emociones?
Consecuencias de las emociones reprimidas.
Como ya hemos explicado anteriormente, las emociones son energía pura y si no las dejamos salir o las aprendemos a gestionar, se van a acumular o se transformarán en alguna enfermedad.
En un mismo día podemos sentir diferentes emociones. Podemos pasar de la alegría al enfado o a la tristeza, entre otras. Si bien no podemos tener un control directo sobre nuestras emociones, sí podemos identificarlas, saber qué nos quieren decir (escucharlas) y, por tanto, expresarlas de una forma adecuada.
¿Qué ocurre cuando no hacemos este proceso y las reprimimos?
- Podemos acabar explotando.
Como en cualquier situación, si vas acumulando pero no eliminando llegará un punto en que no coja nada más y acabé explotando. Piensa en una olla exprés, si no tuviera esa salida del vapor, acabaría explotando, sin mirar a quién daña.
Con las emociones sucede lo mismo. Si acumulamos emociones reprimidas, llegará un momento en que no podamos más y explotemos, normalmente de forma agresiva o con un ataque de ansiedad. Y puede que en esa explosión nos hagamos daño a nosotros mismo o a otros.
- Somatizar.
Somatiza significa que una o varias emociones reprimidas y no expresadas se transforman en un dolor o enfermedad. Tu organismo manifiesta en forma de dolor lo que no te atreves a expresar emocionalmente.
Realmente es nuestro cuerpo hablándonos, el problema muchas veces es que no sabemos escucharle.
Algunas somatizaciones frecuentes son el dolor de cabeza, dolor de espalda, nudos en el estómago o fatiga. Es importante destacar que antes de pensar en una somatización, hay que descartar enfermedades físicas que provengan de otro origen. Y siempre por un profesional.
- Posibilidad de depresión o ansiedad.
Cuando las emociones no se liberan, ya sea de forma expresada o explotando, se genera una gran cantidad de energía que se transforma haciendo daño de forma interna. Ya no sólo a los órganos sino a nuestro estado anímico.
No saber qué nos ocurre, estar inquietos, nerviosos y sin poder tomar decisiones adecuadas, pueden originar estados depresivos o de ansiedad.
- Dependencia a los medicamentos.
Si vemos que nos duele la cabeza de forma frecuente o la espalda, e incluso cuando estamos ansiosos o decaídos, lo más habitual es ir a nuestro médico para ver qué nos ocurre. Éste probablemente nos recete algún medicamento para el dolor o para ese estado anímico.
Si realmente nuestro malestar viene ocasionado por una represión emocional, ningún medicamento lo curará. Por muchas pastillas que tomemos, nuestros dolores y problemas no desaparecerán hasta que dejemos de reprimir nuestras emociones y hagamos una buena limpieza de las que tenemos ya acumuladas.
Cómo gestionar mis emociones reprimidas.
Vivimos a diario muchas y diferentes emociones que pasan por nosotros sin apenas darnos cuenta de ellas. La forma más eficaz de gestionar las emociones es permitir que fluyan, sentirlas, en lugar de negarlas y que hacer que se conviertan en emociones reprimidas.
Dejar que fluyan no significa dejarnos llevar por esa emoción. Si estás enfadado/a con alguien no quiere decir que debes descargar tu enfado contra él.
Hacer que tus emociones fluyan quiere decir que atiendas a esa emoción, que le prestes atención, porque seguramente te está dando un mensaje. Hay que aprender a ser conscientes de nuestras emociones, ponerles nombre, prestarles atención y expresarlas adecuadamente.
Vamos a verlo por partes:
- Identificar la emoción.
Podemos identificarla por las sensaciones corporales que nos hace sentir o poniéndole nombre a esa emoción.
Es importante también que estemos familiarizados con las palabras que definen estas emociones. El hecho de nombrar una emoción ya nos permite manejar mejor la situación que se presente.
- Dejarnos sentir esa sensación.
Tanto si es agradable o no de sentir, debemos dejar que actúe en nosotros porque cualquier emoción tiene una función. Si nosotros no permitimos que la cumpla o la bloqueamos, es cuando nos hará daño.
Hay que sentirla sin juzgar ni censurarla.
- Aprende a escucharla.
Cada emoción nos tiene algo que decir, trae un mensaje sobre lo que nos ocurre en nuestro interior. Hay que aprender a descifrarlo.
Los pensamientos que van asociados a esa emoción nos ayudarán a descifrar lo que nos quiere decir. Siempre teniendo en cuenta, que cada uno tiene su propio filtro y puede que lo que haya que cambiar sea precisamente ese filtro.
- Expresarla adecuadamente.
Es importante saber expresarla adecuadamente, con la persona adecuada y en el momento adecuado.
No quiere decir que por ejemplo nuestro enfado lo tiremos a la primera persona que pase. No hay que dejarse llevar por la emoción sino adecuarla al contexto y al entorno.
Si tenemos un vuelo y se retrasa y con ello llegamos tarde a una reunión, nuestra emoción será el enfado. Pero no sería apropiado acercarte al mostrador y gritarle tu enfado al que esté allí puesto que esa persona sólo cumple su trabajo y es la cara visible pero no la responsable. Tampoco sería el momento ni el lugar porque no vas a conseguir que cambie la situación.
- No engancharte a la emoción.
Hay veces que las emociones son tan intensas que nos podemos quedar atrapados en ellas y se pueden llegar a convertir en un estado de ánimo.
Cualquier emoción tiene que llegar, hacer su función y marcharse. No se puede quedar porque entonces ya deja de cumplir su emoción y empieza a ser tóxica para nosotros.
Si nos quedamos en esa emoción, la cargaremos en nuestra mochila emocional junto con las otras emociones reprimidas que hemos ido acumulando a lo largo de los años. Y puede que un día ya no coja más y explotemos.
¿Y si no sé gestionar mis emociones reprimidas?
No te preocupes, es algo que se puede aprender. Ojalá existiera en los colegios una asignatura dónde enseñaran a los niños a manejar emociones. Es algo que vas a utilizar diariamente y para toda la vida.
Lamentablemente, esto no existe y por ello la psicoterapia se vuelve indispensable. Debemos tomarnos las sesiones de terapia como un lugar de aprendizaje, de redescubrimiento propio, de sanación de heridas y de identificar las decisiones que tenemos que tomar para que las cosas realmente cambien.
No te voy a engañar, todo lo que acabo de decirte no es una cosa fácil que se haga de la noche a la mañana. Ten en cuenta que tenemos nuestros escudos y resistencias, además de nuestro ritmo de aprendizaje y de apertura.
Además, implica asumir consecuencias no deseadas y aceptar la incertidumbre de nuestro futuro. Porque dónde realmente vamos a trabajar es en nuestro presente, en el aquí y ahora. Podemos sanar heridas del pasado pero en nuestro presente, no podemos viajar al pasado a cambiarlas. Ni podemos trasladarnos al futuro para evitarlas.
De lo que se trata es que seamos dueños de nuestras circunstancias y no víctimas.
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